Hay una tribu, y esto es real, en el norte de África.
Es costumbre que cuando alguien comete un hecho muy grave, por ejemplo matar a otro miembro de la tribu, se hace una junta, una reunión de todos los jefes de la tribu.
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Si lo
encuentran culpable lo condenan a muerte. Lo maravilloso es que la condena
significa hacerle una marca con tinta en el hombro. Es una marca rara, que en
la tribu es el símbolo de la muerte.
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A partir de
ese día el condenado es alojado en una carpa a unos diez metros de los otros,
nada más. Nadie lo toca, nadie le hace nada; si quiere comer, come; si quiere
beber, bebe; nadie le dirige la palabra, nadie habla con él, está muerto.
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Dos meses
después de la condena, el reo muere, muere sin que nadie le haya tocado un
pelo. Y no muere porque le pase algo en especial, ni porque la marca sea
venenosa, muere sólo porque cree que se tiene que morir.
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En esa
cultura el condenado está convencido de que se va a morir y, por supuesto, se
muere, literalmente, se muere.Jorge M. Bucay
De su libro: (El camino de las lágrimas)
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